Era imposible que tuviese más de 17 años. Ninguna veinte añera jugaría así entre las olas. Una mayor de edad se habría cuidado de lucir elegante al arrojarse al mar y grácil al acomodarse el pelo mojado o sacarse la tanga del culo. Pero ella chapoteaba y daba grititos de alegría cuando la ola la golpeaba. Después dejaba que la fuerza la arrastrara hasta el absoluto final, cuando terminaba de guatita en la arena. Entonces se paraba y volvía a la carga, a rápidos pasitos nerviosos, muerta de la risa.

Y ahí estábamos nosotros, cuatro treintones mirando a una chiquilla que hasta el día de hoy espero no haya bajado de los quince. Yo apartaba la vista de cuando en cuando, casi como un vigía atento a la Policía Anti-Viejos Degenerados, por si había que salir corriendo. Pero nadie en la playa había reparado en el espectáculo horrendo que estábamos dando.

Dos bañistas algo menores la acompañaban en el jugueteo.”Los primos”, dijo alguien, y mi mente viajó al pasado, e imaginé que a esta altura de su vida ambos andaban medio enamorados de ella. No es raro que los primeros escozores amorosos -sexuales, más bien-en el alma de un pequeñuelo coqueteen con el incesto. Las primeras piernas femeninas firmes y bien torneadas que se despliegan en todo su esplendor y con todo el tiempo del mundo para ser apreciadas aparecen en los asados familiares. Cuando la Sandra, hija de la tía Marta, repentinamente llega con una faldita corta que ya no corona un par de palillos blancuzcos con las rodillas rojas. Los pies ahora están adornados por coquetas chalitas de cuero, en lugar de esas horrorosas hawaianas de Hello Kitty adobadas con piñén y que apestan a vinagre, y cuyo único triste asomo de femenidad son las uñas pintadas de rojo piure.

Recuerdo esos veranos en Copiapó, buscando alguna excusa impresentable para tocarle un poco más arriba de la rodilla, o muchos años antes de la pubertad, cuando al despedirme, de puro tentado, le planté un besito en la marca que deja la vacuna contra el sarampión y salí corriendo a subirme al auto de mis viejos para no tener que explicar ese comportamiento enfermo. Puros anhelos que revolucionan el alma y te preparan de un remezón para la vida adulta, como una piña limpiada a machetazos por las manos hábiles de algún temporero ecuatoriano.

Llega la adultez, y todo eso descansa en el mismo rincón del alma donde guardas tu juguete favorito. Con la diferencia que esto se calla con pudor, porque el par de veces que se habla de antiguos romanceos entre primos muchos se erizan y te miran como si estuvieses a un par de escalones de tirarle las manos a tu vieja. Por ahí, entre amigos muy yuntas, de repente sale el tema, y ellos también se acuerdan, y sonríen y les brillan los ojos. Ella es una mujer casada, con un cabro chico en camino y el trato es de dulce cortesía, apropiado para dos familiares que se ven un par de veces al año.

Blandito pero escandaloso, recibí un sonoro pelotazo en la espalda. Era el reto deportivo de mis amigos, que se hartaron de la pendejita y armaron un partido de fútbol playa. ¡Mierda! ¡Detesto jugar a la pelota! Pero me saqué el jockey y me encaminé hacia ellos, mal que mal, un desafío es un desafío.

These icons link to social bookmarking sites where readers can share and discover new web pages.
  • Digg
  • Sphinn
  • del.icio.us
  • Facebook
  • Mixx
  • Google
  • Furl
  • Reddit
  • Spurl
  • StumbleUpon
  • Technorati