Temprano, durante la mañana de un día hábil más, cumplía yo con mi rutina la cual dictaba que a esa hora debía dirigirme hacia el paradero.

Llegaba yo a la esquina donde se encuentra dicha parada de la locomoción colectiva cuando, desde unos 10 metros de distancia, divisé algo (o mejor dicho alguien) que me llamó bastante la atención.
Ella, tan joven como linda, luciendo su polerón de cuarto medio muy ceñido a su cintura, el capuchón hacia atrás y su cabellera mecida por la suave brisa de la mañana.
Llegué a la esquina y me detuve a una prudente distancia para dirigirle la mirada. Ella, al darse cuenta, como primera reacción miró hacia el suelo. Como corresponde yo cambié mi objetivo, dejé pasar unos segundos y luego me volví para encontrarme con sus ojos que me observaban. Esta vez ella me sostuvo la mirada por un instante, para luego bajarla y devolverla acompañada de una coqueta sonrisa a la cual yo correspondí.
Cuando se está en ese punto, el desenlace puede ser cualquiera, desde quedar en un simple coqueteo con una extraña hasta lo que una incierta seguidilla de situaciones pueda y esté dispuesta a derivar. Pero esta vez fue muy distinto (quizás demasiado).
Mientras correspondía su sonrisa con mi sonrisa de medio lado mezcla de galán y perfecto imbécil, algo me habló. Y digo algo y no alguien, ya que claramente nadie a mí alrededor lo había hecho, nadie externo a mí había pronunciado ese rotundo “No”; la voz... venía desde adentro.

¡¿Qué diantres estaba pasando?!

¿Qué era esa voz que hablaba dentro de mí?
Acaso, mi conciencia, muda durante toda mi vida, escondida en el anonimato, cultivando un extremadamente bajo perfil había esperado hasta ahora, ya cumplidos los 27 años para dignarse a hablar.

- Ya no – repitió nuevamente aquella voz.

¿Y por qué ahora? ¿Por qué en este momento?
Mi conciencia –si es que eso era lo que me hablaba- había elegido un día x, a las 7:30 de la mañana, conmigo de pie en la calle, para decir sus primeras palabras.

- ¿Ya no qué? – me pregunté (o le pregunté a esa voz)

- Ya no – me respondió la voz en un tono como de “no te hagas el güeón, sabes a qué me refiero”

- Pero… - Quise objetar

- Ya no, o al menos no mientras use uniforme.

¿Qué onda? Resulta que mi consciencia no sólo aprendió a hablar después de 27 años, si no que además sabe utilizar entonaciones y es capaz de hilar oraciones completas.

Aún desconcertado, sin saber cuanto tiempo había durado realmente esta discusión, quise volver a lo que estaba y volví a mirarla. Ella ya no sonreía ni tenía esa mirada coqueta de hace un momento atrás. Su mirada ahora era distinta, extrañada como preguntándose ¿qué cresta le pasó a este?
En ese momento me di cuenta que “Ya no” (o al menos no mientras use uniforme)

Afortunadamente venía la micro y me apresuré hacia el paradero para tomarla, mientras me giraba por última vez para darme cuenta que, aún más afortunadamente, ella no esperaba la misma micro que yo.

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